Hay noticias que son más que un titular; son el final de un capítulo de nuestra propia vida. El anuncio del cese de emisiones de MTV es una de esas. Para quienes crecimos en los 90, con el ruido del dial-up como banda sonora lejana, esta noticia se siente como la demolición de la casa donde pasaste tu adolescencia. Hoy no muere un canal de televisión, muere un símbolo.
Antes de YouTube, antes de Spotify y de los algoritmos que nos dicen qué nos va a gustar, existía un ritual: encender la tele y poner MTV. Era nuestra ventana al mundo, el árbitro de lo cool, el lugar donde la música no solo se escuchaba, sino que se veía. Un videoclip podía cambiar tu forma de vestir, tu corte de pelo y hasta la banda que te definiría durante los próximos años. MTV no te recomendaba música, te la presentaba en sociedad.
Y en América Latina, tuvimos nuestro propio universo. Tuvimos a Ruth en Nación Alternativa, nuestro gurú particular que nos traía lo más fresco del rock de guitarras de la escena global y, lo que es más importante, le daba un espacio sagrado a las bandas de nuestro idioma. Era la validación: si salías ahí, habías llegado.
Teníamos el refugio para los incomprendidos, el templo del ruido: Headbangers Ball con Alfredo Lewin. Era el programa que ponías a todo volumen cuando tus padres no estaban, el que te descubría a Pantera, a Sepultura o a Megadeth. Era nuestra misa negra semanal.
Y en el corazón de esa programación diaria, estaba nuestro ancla, el ritual sagrado al volver del colegio: Conexión MTV. Arturo Hernández no era un simple presentador; era el hermano mayor que todos queríamos tener, el colega que te esperaba cada tarde para guiarte por el universo musical. "Conexión" fue nuestra primera red social. Era el lugar donde enviábamos faxes con la esperanza de ver nuestro nombre en pantalla, donde llamábamos por teléfono para pedir un vídeo y nos sentíamos los dueños del mundo si lo ponían. Fue el programa que nos enseñó a contar los días para un estreno mundial y a debatir sobre el número uno del Top 20. Era el pegamento diario, el nexo que convertía a ese gigante llamado MTV en algo nuestro, en una conversación constante.
Y cómo olvidar los MTV Unplugged. En una era de distorsión, los Unplugged eran el momento de la verdad. Ver a Nirvana desnudar su alma, a Soda Stereo reinventar sus clásicos o a Café Tacvba experimentar frente a una audiencia entregada, nos demostró que detrás de la pose y el ruido, había músicos de un talento generacional.
MTV era también una estética. Sus animaciones surrealistas, sus cortinillas, sus irreverentes Beavis and Butt-Head. Tenía una personalidad visual que ningún otro canal se atrevía a imitar. Era un caos creativo que nos hablaba directamente.
Luego, claro, todo empezó a cambiar. La música fue cediendo terreno a los realities. The Real World nos enganchó, sí, pero fue el principio del fin. Poco a poco, el canal que nos enseñó a amar la música se olvidó de ella. Se convirtió en otra cosa, en un eco de lo que fue. Su muerte, en realidad, no es de hoy; ha sido un fundido a negro que ha durado más de una década.
Pero la noticia de hoy lo hace oficial. Cierra el local, se apagan las luces. Se va el canal que nos acompañó en tardes eternas, el que nos hizo sentir parte de algo, el que nos dio una identidad sonora y visual.
Así que desde este rincón, solo queda decir gracias. Gracias por los vídeos, por los descubrimientos, por las ojeras de quedarnos hasta tarde para ver ese estreno. Gracias por la música. Y por todo lo demás.